martes, 1 de septiembre de 2009

Homenaje del Servicio de Gastroenterología


Palabras del Dr. Jesús Baldomero Valdez Herrera en el Homenaje que recibió del Servicio de Gastroenterología el día 13 de Abril de 2007


Realmente, es muy emocionante estar al lado de mis queridas amigas y amigos del Hospital en el cual he trabajado durante 34 años, desde el año 1972.
Una agradable sorpresa constituye para mi persona, y tal vez este sea el mejor premio, de ver a doctores que inesperadamente en mi expectativa están aquí presentes, como son especialmente este selecto y querido grupo, que me soportaron durante 3 años en su formación como residentes y especialistas en Gastroenterología, y algunos de ellos tuvieron la paciencia, ciertamente, de haberme escuchado también en la Universidad de San Agustín.
No puedo dejar de sentirme feliz de estar al lado de damas tan amigas, tan compañeras y tan simpáticas y atractivas como las que están aquí presentes, y que no solamente adornan y realzan este momento, sino que han sido una constante fuente de inspiración en nuestro trabajo y diario quehacer en los recordados días de mi pasaje por los hospitales de EsSalud.
Es sumamente grato ver a amigos tan queridos de siempre, y me recuerda que no podría, por lo menos quien les habla, haber vivido tantos años en estas instituciones, si no hubiera tenido la estimulante compañía de todos ustedes, con los cuales tanto he jugado, tanto han jugado conmigo, pero sobre todo, tanto hemos contribuido a que nuestra vida sea llevadera, y haber tenido el sentido permanente de superación, no sólo médica, sino, lo que es más importante, humana y espiritual.
El Dr. Raúl Castro Valdivia, primer Médico Residente de Gastroenterología fuera de la ciudad de Lima, ahora Médico Asistente del Hospital en el que he trabajado, y Profesor de la Universidad Católica de Santa María, tuvo la gentileza de visitarme para completar con algunas impresiones mías, una semblanza biográfica de mi persona, lo que le agradezco muchísimo, pero al pensar que no habría mejor gitano que aquel que conoce todas las artes y sortilegios de él mismo, que el propio gitano, decidí decirles algunas cosas de mi persona que son tal vez poco esperadas:
Así por ejemplo, nací hace más de 60 años en la Hacienda Los Puros del Pago de El Monte, anexo de Cochate, en el distrito de Aplao, capital de la provincia de Castilla, por supuesto lejos de hospitales y de los médicos. Transcurre mi primera infancia en el valle de Majes e inicio mis estudios en una escuelita de Instrucción Elemental en el mismo Pago de El Monte donde, después de 2 meses, por circunstancias sobre todo de desgracia política de mi padre, fui a acabar la llamada Transición en un poblado casi olvidado y que muy poco aparece en los mapas, a orillas del río Tulumayo, llamado Monobamba, en las selvas de Junín, donde no se llegaba por carreteras y por ejemplo no había pan para comer, pero sí abundantes frutas y yucas. Era la selva amazónica y permanecíamos incomunicados la mayor parte del año con la llamada civilización y los recuerdos lejanos pero imborrables de esa época llevan a pensar que mi familia vivió una verdadera epopeya de la cual se pudo salir, si no airosos, pero sí con algunos rasguños. Mi pasaje del resto de mi educación primaria fue siempre en escuelas fiscales, sean del anexo de Cocotea en el valle de Tambo, o en el hermoso pueblo de Limatambo en la provincia de Anta del Cuzco, y cercano al río Apurímac. Mi educación secundaria fue íntegramente cursada en el colegio Independencia de esta ciudad, donde formé parte de la promoción del año de 1960, dando en esa ocasión el discurso de promoción.
Luego de entrar a la Universidad Nacional de San Agustín, al curso de Premédicas, pues la situación familiar no permitía en ese entonces que fuera estudiante de la Universidad Nacional de Ingeniería en la rama de Ingeniería Civil, tuve la suerte de ganar una de las 5 becas mediante examen en la Embajada de Brasil en Lima para estudiar Medicina en la Universidad Federal do Rio Grande do Sul, en su capital, la ciudad de Porto Alegre. El pasaje por este gran país, por esa hermosa ciudad, y por esa magnífica universidad, dejaron una huella muy profunda en mi persona; recuerdo mucho que al haber sido Bernardo Houssay Premio Nobel de Medicina y Fisiología con todo su equipo de profesores de la Cátedra de Fisiología de esa Universidad, había una placa a la entrada del llamado anfiteatro que fue obsequiada por él, y decía que una universidad sólo se hace con buenos alumnos. Es fácil comprender entonces las exigencias de estudio, de orden y de raciocinio, que nunca las he perdido y que me fueron inculcadas en esas aulas, dejando una profunda sensación de haber aprendido muchas cosas, pero que solo hay comparación con la enseñanza brillante en el Colegio Independencia y el recuerdo de los exámenes finales que daba en mi Escuela Fiscal N° 755 de Limatambo, donde, junto a los profesores del jurado en el examen oral, estaban el cura del pueblo, el alcalde y el sargento del puesto de la Guardia Civil. Gratos recuerdos, ¿no es cierto?
Es por eso que rindo mi homenaje, con la vocación que muchos de nosotros aquí presentes sentimos por la enseñanza, a profesores como Nereida Vilca Yauri, de la escuelita de Chacahuayo, en las alturas de Moquegua, salida de las aulas de San Agustín y que ha sido quien ha ocupado el primer lugar en la evaluación de profesores recientemente efectuada. ¿Y por qué? Porque toda mi formación ha sido en escuelitas llamadas en ese entonces fiscales, con grandes profesores que eran unos señores y que, al llegar a Brasil, no tenía ninguna diferencia de nivel académico con los estudiantes de allá y en comparación con la de otros países; inclusive teníamos un nivel superior.
Luego de mis estudios universitarios vienen los períodos de residencia y tengo la suerte de poder completar tanto la Residencia de Gastroenterología como de Medicina Interna, y algunos otros títulos y pertenencia a Sociedades Científicas de la especialidad, nacionales y del extranjero, También en el año de 1976 completé el Programa de Doctorado en Medicina en la UPCH de Lima, y últimamente ha sido muy grato para mí haber sido incorporado a la Academia Nacional de Medicina. Les pido muchas disculpas por hablar de mi persona, que no deja de ser engorroso, y a veces corre un rubor imperceptible por mi frente.
En el año de 1972, ingreso al Hospital Obrero como médico ayudante de Medicina y con concurso en la ciudad de Lima, y de allí paso a Médico Asistente, luego a Médico de Servicio, y finalmente a Jefe del Servicio de Gastroenterología con concurso realizado para el entonces Hospital Central del Sur en el año 1982. Tuve así la suerte, y por las circunstancias de ese entonces, de fundar, si cabe el término pretencioso, el Servicio de Gastroenterología del gran Hospital Obrero de esta ciudad, con el nombre de Sección, el 24 de setiembre de 1974. Por razones que en otra ocasión nos ocuparemos, se crea el Hospital Nacional – Arequipa del Instituto Peruano de Seguridad Social, que con diversos cambios de nombres y colores persiste hasta la actualidad, y allí nace el Servicio de Gastroenterología, del que pomposamente se llamó Hospital Nacional. Como reitero, enjuiciaremos en otra oportunidad estos cambios.
Esa circunstancia permite iniciar una era que se avizoraba pujante y de progreso, no sólo para la Medicina, sino también para la Gastroenterología en particular en esta ciudad. Me permitió conocer a personas tan queridas como a la Sra. Milder Contreras de Talavera, al Dr. Juan Campos Nizama, al Dr. Mario Canevaro Valdez, y los que veníamos del otro lado del muro, éramos el Dr. Dennis Perea Alvarado, el Dr. Delfín García Juárez, y la Srta. Gumercinda Medina Contreras. Poco tiempo después se unió al Servicio una muy querida y admirada amiga, la Sra. Julia Murillo de Téllez, y el Servicio gozó de años de mucho progreso, trabajo, investigación y amistad.
Como Profesor Principal de Medicina, retirado de la Universidad Nacional de San Agustín, no puedo dejar de mencionarles a ustedes cosas que en estos treintaitantos años han ocurrido en la Medicina, como por ejemplo cosas que jamás se pensó, como el aparecimiento de nuevos virus, como es el caso del SIDA, del virus de la hepatitis C, del virus ébola, del hanta, o de la gripe aviar, o asistir a la gravísima epidemia de cólera que asoló al país hace ya casi dos décadas, o aspectos muy complejos como la genética y la inmunología. El progreso es tan grande que no tenemos tiempo de estar al día en todo lo que se escribe sobre Medicina, pero tengo mucha tristeza cuando veo que peligrosamente la cultura, la educación y el misticismo y sentimiento de ser médico están siendo abandonados, y estamos raudamente siendo reemplazados por las máquinas. Cuántas veces en el Servicio de Gastroenterología han tenido la paciencia de soportarme en mis veleidades de transmitir cultura, en la reiteración de que el verdadero Médico es el que se acerca con un abrazo y una sonrisa amable a su paciente, que escucha, que reflexiona, que siente el medio ambiente, y usa la cabeza frente a las circunstancias que se le están presentando; que el más difícil de los sentidos, que es el sentido común, que en medicina se llama el sentido clínico, es el que más debemos cultivar, y no soy yo el primero, pero con mucha tristeza puedo decirles que veo que los hospitales se han convertido en una entidad formal de buscar resultados a través de documentos y de someternos permanente e inclementemente a dar datos y a utilizar números, cuando nosotros lo que más queremos es estar al lado de nuestros enfermos.
Creo que mi pasaje por el Servicio de Gastroenterología ha servido para que les diga a todos ustedes que quiero a esta Especialidad, que siempre la he querido y siempre la seguiré queriendo. Tengo una duda hamletiana, si me quedo en esta hermosa ciudad, no para irme a un lugar aparentemente de más adelanto, o a otro país. A veces pienso que mi carácter me lleva a los lugares alejados donde, por ejemplo, les confieso y a la vez les pido disculpas, tengo una escuelita de educación inicial a la cual muchísimo apoyo y a una comunidad a la cual protejo, dándoles una atención médica y farmacéutica totalmente gratuita, pero sumamente gratificante y de muestras de muchísimo agradecimiento.
Tuve un regalo de Pascua muy hermoso, y que se los voy a transmitir, y fue que a las nueve de la mañana de ese domingo, una joven madre me trajo a un niño moribundo de 2 años y medio de edad, y que estaba enfermo desde el día anterior y había pasado toda la noche sin poder casi respirar. Al verlo, él me miró, y su carita tal vez tuvo lo que podría haber sido una última expresión de vida, al mirarme como alguien que podría ayudarlo a seguir viviendo. Las señales de hipoxia eran evidentes, y no había tiempo siquiera de que fuera a una posta cercana, la cual estaba distante, en el mejor de los casos por lo menos a 1 hora de camino, y al actuar en este caso de pseudo crup con bronquitis, el niño alivió, luego de otras medidas como vaporización y dexametasona, para irse revivido y 4 horas después estar jugando; en su control del día siguiente quedaba la bronquitis ya en tratamiento y el día lunes pudo ir a mi querida escuelita de Educación Inicial, lo que me comunicaron por teléfono. Estos son los casos que, como les vuelvo a repetir, me dejan estas dudas de cuál es el lugar correcto de mi vocación de servicio.
No hay tiempo para referirme a muchísimas cosas bellas del Servicio y del Hospital, sólo que he gozado y vivido y he sido feliz; me recuerdo mucho el último día de trabajo y la despedida cargada de emoción, de cariño y de afecto que me dispensaron todos los del Servicio. A ellos y a todas mis amigas y amigos que están aquí presentes les agradezco muchísimo su hermosa presencia.
No sólo sus residentes, sino que la llegada al Servicio de la Dra. Yanine Suárez Cueva, serena y estudiosa, y la presencia de la Sra. Anita Hilachoque, que la puse a prueba por mil días, contribuyeron a esa dulce sensación nostálgica que me acompaña. El Dr. Juan Manuel Carpio Patra, al asumir una de las Gerencias del Hospital Nacional, pienso que tiene una brillante carrera administrativa por delante.
Muchas gracias a todos ustedes.

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