martes, 1 de septiembre de 2009

El Síndrome de Ulises



Marcela Robles


El día en que "La reina del sur" (2002), una de las celebradas novelas de Arturo Pérez Reverte, llegaba a las librerías con una "modesta" tirada inicial de 275.000 ejemplares, el autor español afirmó que el único gran misterio que quedaba en nuestra sociedad era la mujer, "un soldado perdido en territorio enemigo". En ella, el autor confiesa haber intentado desvelar el corazón femenino, y ver la vida como una mujer que pelea en un mundo de hombres.
Me atrevería a apostar que Don Arturo ya sabe que ahora estamos en otro escenario. Esto me lleva a pensar que el nuevo misterio de nuestra sociedad es el hombre contemporáneo; efectivamente, perdido, pero no necesariamente en territorio enemigo, aunque a veces desconcertante (tanto para ellos como para ellas). Por eso recordé el famoso síndrome de Ulises, que incluso fue el título de una exitosa serie española cuya transmisión acaba de terminar en octubre.
También conocido como el síndrome del emigrante, se trata de un desorden psicológico caracterizado por un estrés que viene asociado a la problemática de los viajeros que se afincan en una nueva residencia. Lo de Ulises está claro. El mítico héroe anduvo perdido durante años en su camino de vuelta a Ítaca.
Según su descubridor, el doctor Joseba Achotegui, profesor titular de la Universidad de Barcelona, se trata de una situación con factores vinculantes de soledad, miedo, sentimiento de fracaso y lucha por sobrevivir. Se calcula que en España puede haber unas 800.000 personas afectadas por este desorden.



No podemos hacer sumas totales, pero me atrevería a decir que el hombre ha perdido la brújula y varios de los puntos cardinales, sin poder encontrar el camino hacia su Ítaca personal. Este fenómeno no necesariamente tiene que ver con un desplazamiento geográfico, sino con un exilio que lo ha alejado de su centro, que finalmente es su verdadera patria. Naturalmente, ello repercute en la actitud de las mujeres, como un búmeran, y por lo tanto en las relaciones de pareja, que parecen un barco sin timón.
El asunto es que al final de todos los días, lo que la mayoría de hombres espera (con muy honrosas excepciones, benditas sean) es descansar en los brazos de alguien no demasiado complicado ni desafiante, que lo escuche relatar las victorias y derrotas de la batalla cotidiana, como lo hacían los guerreros de otros tiempos. Me imagino que hoy sería agotador tener que lidiar con Juana de Arco en el ámbito de la intimidad.
¿Y entonces, qué hacemos? Quizá olvidarnos por un rato de machacar esta cuestión de género --ya quedó clarísimamente establecido el punto-- porque causa inconscientemente una división en lugar de una inclusión. De pronto podríamos intentar viajar todos juntos en la misma nave "desgenerada" de la que habla el músico Kevin Johansen, fundador del grupo The Nada, cuando se refiere a sus composiciones. Una nave sin compartimentos VIP, a salvo de los campos minados que se empeñan en sembrar los tontos de turno en los territorios del poder.
Como dice Sancho Panza en "El Quijote": "Y no se burle nadie conmigo, porque o somos o no somos: vivamos todos y comamos en buena paz pues, cuando Dios amanece, para todos amanece".


El Comercio, jueves 4 de enero del 2009

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