Hombre calculador y resuelto. Formado en la escuela de negocios de la Universidad de Harvard, justo cuando se inventaba la teoría de la gestión científica basada en el planeamiento y las estadísticas, con fama de ejecutivo eficaz luego de reestructurar la Ford Motor Company, Robert McNamara fue convocado por el presidente Kennedy para dirigir el Ministerio de Defensa, y resultó un eximio guerrero de la Guerra Fría. Fiel a su lógica gerencial, pero con cuestionable sentido común y para muchos falta de ética, justificó el prolongado bombardeo de Vietnam; citó estadísticas diarias de muertos e indicó que morían más comunistas que no comunistas. Se lo consideraba cortés, pero soberbio y frío. Sin embargo, el presidente Lyndon Johnson una vez dijo: “Nunca lo adivinarías, pero el ministro más compasivo que tengo es Bob McNamara”. Cuando salió del Gabinete, desilusionado, pasó a liderar una segunda guerra, esta vez contra el subdesarrollo, como presidente del Banco Mundial. Solo que para él se trataba de la misma guerra. Aun siendo ministro dijo que “había una relación irrefutable entre la violencia y el atraso económico”, concepto que hoy es una verdad de Perogrullo, pero que en ese momento fue una ruptura conceptual. Apenas llegado al BM pronunció un discurso de vanguardia. Afirmó que el crecimiento económico no garantizaba el alivio de la pobreza. “Las estadísticas económicas son alentadoras, pero maquillan un cuadro mucho menos simpático el campesino sigue atrapado en su pobreza inmemorial, viviendo al margen de la subsistencia”. Así, frontalmente, retó una creencia central de la ortodoxia económica del momento: el credo de que el crecimiento productivo de un país beneficiaría a todos sus ciudadanos. Antes de McNamara, las memorias anuales del BM hablaban del desarrollo, pero no aludían abiertamente a la pobreza; en las fotos lo que más se veía era el cemento de las obras financiadas por el banco. Hoy, en cambio, las memorias muestran niñas indígenas y campesinas, poniendo la pobreza en los ojos del lector.
El enigma de McNamara se ha revivido con su muerte reciente. ¿Santo o diablo? ¿Defensor del capitalismo o baluarte de gobiernos intervencionistas? ¿Redujo la pobreza con sus sermones y obras, o la aumentó promoviendo el endeudamiento y apoyando a malos gobiernos? Lo entrevisté tres veces cuando me tocó escribir una historia del BM. Tenía respuestas preparadas para todo. El enigma y la complejidad nos incomodan. Por simplones y perezosos queremos juzgar y archivar, pero McNamara nos recuerda que la dualidad existe.
Richard Webb, en El Comercio, 13 de julio de 2009
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